Miedo

Acabo de oír una charla de la maestra de meditación Tara Brach sobre el miedo. Dice que la mayor parte del sufrimiento que en estos tiempos hay en nosotros mismos y en nuestra sociedad es “miedo sin procesar”. El miedo que está por debajo de nuestra conciencia, el que no vemos nos maneja como a marionetas. Muchos de los comportamientos que más malestar y fricciones generan se deben a miedo inconsciente: fingir que somos más de lo que somos, que sabemos más de lo que sabemos, correr de un lado para otro, tener la sensación de que va a pasar algo malo, de que algo va a salir mal, el “FOMO” (“fear of missing-out”, el miedo a perdernos algo, alguna oportunidad, noticia, reunión, película, etc. etc.). Miedo a la soledad, a la enfermedad, a que no nos tengan en cuenta, etc. etc.

Estamos dominados por nuestro sistema límbico, por esa sensación constante de urgencia, de que algo terrible puede suceder en cualquier momento.

¿Cómo cambiar esta inercia? ¿Qué podemos hacer para salir de ahí? Podemos cultivar lo que ella llama “un corazón libre de miedos”. Liberarnos del miedo no significa hacerlo desaparecer, sino traerlo a la superficie, reconocerlo en nosotros y crear un espacio interior donde el miedo tenga cabida. Así dejaremos de estar en su poder. El camino de la conciencia.

La conciencia tiene dos alas, el mindfulness y el amor: darnos cuenta de algo y abrazarlo con ternura, con cariño. Para el caso del miedo, se trataría, en primer lugar, de darnos cuenta de cuándo está haciendo su aparición. Notar cuándo estamos en el “trance del miedo”. Cuándo estoy volviéndome pequeño, débil y vulnerable, cómo me siento en ese estado, qué estoy intentando no sentir, cómo está mi cuerpo (tensión, aceleración del corazón, sequedad en la boca, etc.), qué me estoy diciendo a mí mismo. Se trataría de PARAR, de interrumpir el hábito de huir para volvernos hacia eso que nos asusta. Es muy útil aquí el nombrar: “miedo”, “desagradable”, “parar”. Esta sencilla estrategia ayuda a desconectar el sistema límbico. A continuación, en segundo lugar, la práctica consiste en acordarnos de amar. Traer ternura, apertura, compasión a estas sensaciones, a esta situación desagradable de experimentar. Podemos ponernos la mano en el pecho y acariciarlo con suavidad, relajarnos, respirar, acordarnos de algunas palabras cariñosas (“todo está bien”, “todo saldrá bien”, “no tengas miedo” u otras que nos sirvan) y decírnoslas con todo el amor y la delicadeza que podamos; podemos recordar a algún ser que nos inspire (Jesucristo, nuestra abuela, un gran sol…), podemos imaginarnos cuando seamos ancianos y sabios y dedicarnos unas palabras de apoyo. Cualquier método que nos sirva. Lo que importa no es el método sino la conexión con una presencia espaciosa y suave donde el miedo pueda estar sin atenazarnos, donde podamos comprender claramente que somos mucho más que ese miedo. Nuestra respiración resume bien estos dos pasos: al inhalar, tomo conciencia de mi cuerpo, de mi estado, al exhalar, suelto todo, relajo y conecto con la suavidad y la ternura.

Para terminar, unos versos de Rumi:

“El agua de la vida fluye desde la oscuridad.
Busca la oscuridad, no huyas de ella.
Los viajeros de la noche están llenos de luz. Y tú eres uno de ellos.
No abandones a estos compañeros”.

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