Atascos

Es tan importante expresar. A veces, en las relaciones, sucede que no podemos decirle al otro lo que queremos sin que aparezcan, en el mismo momento en que hablamos, emociones como la rabia, la tristeza o el miedo (en ambas partes). A pesar del amor, a pesar de los intentos, a pesar de los avances, a pesar de las buenas intenciones (en ambas partes). Podemos poner en práctica nuestros conocimientos de comunicación, de mindfulness, de inteligencia emocional y de cocina asiática y, a pesar de todos ellos, algo se queda atascado. Aunque la relación con el otro funcione, aunque haya mucho amor y mucha felicidad y muchos buenos momentos. A veces, hay algo que no encuentra un camino para salir. Bueno, en realidad, sí que encuentra un camino, siempre hay un camino. He observado que nada se queda realmente atascado. Todo circula, aunque quizás no lo haga como más nos guste. Lo que no conseguimos expresar con palabras, acaba saliendo, pero puede que lo haga a través de una tos que nos quema y nos desgarra la garganta, como es mi caso, y que aparece cuando eso que no consigo decir me rebosa y no encuentra otra salida.

Descubrí esto hace poco, observando. Preguntándole a esa tos por qué estaba allí. Y descubrí esto que estoy contando. Y descubrí algo más. Una necesidad de expresión en un segundo nivel. En mi caso, cuando el conflicto con el otro aparece por no poder decir, siento la desesperación y la oscuridad en estado puro, me inundan, me ciegan. Respiro, las veo, las siento y pasan. Pero no del todo. Me queda una necesidad, de nuevo, de expresar. De expresar ahora ese ahogo que siento, esa impotencia, esa incapacidad de llegar a esa persona. Necesito vaciar, necesito un cauce. Necesito a alguien que me acompañe para dejar salir y ofrecer espacio a mis palabras, a mi dolor de ese momento. Y ya está. Solo eso. No necesito soluciones, consejos, diagnósticos, consuelo, ánimos, explicaciones, correcciones… Comienzo a hablar y la persona a mi lado me escucha, pero cuando aparece el dolor, puro, fuerte, como una ola enfurecida… se acaba la escucha, se acaba el ser. Y aparece el “hacer”: un abrazo con un “venga, ya está”, una explicación de la situación, unas palabras de aliento, un análisis del “problema”, una perspectiva optimista… Y por ese camino nos perdemos, el escuchador y yo. Y se interrumpe y se pierde también ese dolor que estaba surgiendo. Se disuelve, no para desaparecer, sino para –sospecho- esperar a la próxima oportunidad para salir, aunque sea en otra forma, en la forma, de nuevo, de tos, de mocos, de dolor de cabeza, de flojera generalizada o de quién sabe qué otro síntoma.

Es muy importante dejar que el malestar se exprese, ofrecerle cauces, escucha. Si no lo hacemos nosotros, él mismo los encontrará. Aunque parezca que sí, nada se queda atascado.

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