Cuentan que el maestro tailandés Ajahn Chah preguntaba por la noche a sus discípulos: “¿cómo estáis?, ¿habéis sufrido mucho hoy?” Y si le decían que sí respondía: “eso seguro que es porque estáis identificados”. Me encanta esta historia. Creo que gran parte del sufrimiento que padecemos nos lo podríamos ahorrar si tomáramos un poco de distancia de nuestros problemas. Solemos tomarnos demasiado a pecho lo que nos ocurre. Nuestros problemas son los más graves, nos creemos a pies juntillas cualquier idea negativa que pasa por nuestra cabeza, las emociones se nos presentan de pronto y nos desbordan, nos inundan… Cuando tenemos un problema, apenas queda una parte libre en nuestro cerebro para tomar un poco de distancia y ver con claridad qué es lo que de verdad está pasando y qué se puede hacer con todo eso para darle una salida eficaz (si es que hay que hacer algo).
Si no hacemos nada por remediarlo, solemos vivir en piloto automático. Esto significa que, mientras que nuestro cuerpo se dedica a hacer cualquier cosa, como andar, comer o conducir, nuestra mente está por ahí enredada en miles de pensamientos. De modo que aquello que estamos haciendo lo ejecutamos como si fuéramos autómatas, mecánicamente, sin saber que de verdad lo estamos haciendo. Y la mente, en lugar de prestar atención a la actividad, se dedica a elaborar historias, a montar escenarios, a hacer planes o a recordar lo pasado enhebrando unos pensamientos con otros. Y es en ese modo “piloto automático” donde hay más riesgo de identificarse, de creerse a pies juntillas lo que la mente nos cuenta y de enredarse en historias sin fin, generando en muchas ocasiones un malestar y un desgaste que podrían evitarse. Imagina que, por la mañana, camino del garaje, te cruzas con un vecino y no te saluda. Vas andando distraído y piensas: “creo que no le caigo bien”. Si no estás atento a ese pensamiento que ha aparecido puedes tomártelo en serio y continuar fundiéndote con él. Sigues caminando hacia tu coche alimentando la historia: “me gustaría caerle bien… me pasa esto con más gente… soy un don nadie… tan aburrido… apenas tengo amigos… etc.” Todo lo que pensamos tiene un reflejo en el cuerpo, por sutil que sea. A partir de estos pensamientos que van sucediéndose, se puede ir generando una sensación de incomodidad, incluso de desánimo, que puede fastidiarnos la mañana, o el día entero. Existe una solución para esta situación. Es la alternativa que propone la práctica de la atención plena (mindfulness, en inglés). Se trata de cambiar el modo “piloto automático” por el modo “atento”. Si vas caminando hacia el garaje practicando la atención plena, en lugar de ir perdido en tu mente, puedes ir pendiente de tu cuerpo, dándote cuenta de las sensaciones que se producen en las plantas de los pies al tocar el suelo, sintiendo tu respiración, notando los olores, los sonidos que se escuchan, el silencio… todo lo que compone el paisaje de ese momento concreto. Como parte de ese paisaje, también podrás darte cuenta de que en tu mente aparece un pensamiento después de cruzarte con el vecino. Lo identificarás como lo que es, un pensamiento, uno más de tantos, y lo dejarás pasar tranquilamente. Justo en ese momento te habrás liberado de la esclavitud a la que a veces te somete tu mente. Y podrás continuar hacia tu coche con la mente y el cuerpo en el mismo lugar, conectados, entregados a la acción de caminar, sintiendo cada pisada como si fuera lo más importante que está sucediendo en ese momento, disfrutando de la libertad que se esconde en cada uno de tus pasos.
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