Me fascinan las enseñanzas budistas. Me gusta leer discursos de Buda y textos antiguos basados en sus palabras. Antes lo hacía como una afición más. Últimamente me estoy sorprendiendo al encontrar en estos textos claves que me sirven para mi vida cotidiana. Voy a poneros un ejemplo.
En los textos budistas se habla de “los seis reinos de la existencia”. Al morir y abandonar este cuerpo puedes renacer en cualquiera de estos reinos. Los seis reinos son: los infiernos, el reino de los espíritus hambrientos, el de los animales, el de los humanos, de los semidioses y de los dioses. La primera reacción al encontrarnos con esta historia puede ser la de opinar que es una tontería, que la reencarnación no existe ni esos reinos tampoco. Pero, ¿qué pasaría si nos diéramos cuenta de nuestra reacción mental habitual –lo que no comprendo no es verdad, no existe- y nos abrimos un poco, dejando nuestra opinión a un lado? (Lo que, por otra parte, es una práctica clave en este tipo de enseñanzas). Yo hice eso. Y me di cuenta de lo siguiente: si no hago algo para remediarlo, todo el día, en cada momento, estoy pasando de un reino a otro. Y puedo ver a los demás haciendo lo mismo que yo.
Los seres de cada uno de estos reinos están dominados por una emoción: en los infiernos, reina la ira; en el mundo de los espíritus hambrientos, la avaricia; en el de los animales, la ignorancia; la duda en el de los humanos; la envidia en el de los semidioses y en de los dioses, el orgullo. Si prestamos un poco de atención a nuestros estados, podemos ver cómo pasamos de uno a otro. Un día nos levantamos sintiéndonos dioses capaces de comernos el mundo para, unos instantes después, al escuchar las palabras de alguien, entrar en el reino de los infiernos o enredarnos en el día a día sumidos en la más profunda inconsciencia. Además de esto, podemos ver a personas que representan a la perfección la dinámica de estos reinos. Basta para ello con poner la televisión y ver algún programa en el que envidiosos semidioses discuten airados sobre la vida de hermosos y orgullosos dioses. O echar un ojo al panorama político para ver unos cuantos espíritus hambrientos…
El fruto de la práctica de las enseñanzas que describen estos reinos es el nirvana, o el final del ciclo de los renacimientos. A medida que voy practicándolas voy saboreando el nirvana más y más. Ese estado en el que no voy de una emoción a otra, de un estado mental a otro, como si fuera una hoja movida por el viento. El nirvana de la quietud total que me sucede cuando menos me lo espero, cuando mi mente está completamente limpia y en calma. Se queda estable y serena en el presente sin ir a ningún lugar. A veces este estado de quietud total aparece provocado por algo que he visto, como una flor o la luna; algo que he oído, he tocado o sentido, he degustado u olido. Algo que entra por mis sentidos tiene el poder de anclarme completamente en el presente, de parar por un instante la rueda de los renacimientos o samsara. Me quedo suspendida en una especie de vacío que a su vez está inundado de plenitud… Me cuesta describirlo, seguramente lo habéis experimentado alguna vez.
Además de experimentar estos “nirvanas espontáneos”, a medida que voy profundizando en mi práctica de mindfulness, voy siendo cada vez más capaz de darme cuenta de cuándo estoy a punto de entrar en uno de los reinos y de liberarme sobre la marcha, respirando y poniendo consciencia en ese momento que se produce justo a las puertas del reino. Justo cuando la emoción comienza a despuntar, puedo verla y dejarla ir sin que me atrape, sin que me arrastre a su reino de sufrimiento. Respirando, conociendo y abriéndome a eso que está sucediendo puedo permanecer en el nirvana.
Os seguiré hablando de estas enseñanzas. Hace un par de meses me vi envuelta en una situación bastante difícil para mí y pude salir fácilmente de ella gracias a las aparentemente fantásticas descripciones de “El libro tibetano de los muertos” (o “Bardo Thodol”), que explica qué hacer con lo que nos encontramos después de la muerte. Me sirvió, como digo, para salir airosa de una situación bastante dura. Y es otro libro que se puede leer como si fuera de ciencia ficción. Increíble pero cierto 🙂
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Yo solo he disfrutado de ese tiempo de quietud, practicando meditación y rara vez lo conseguí, me gusta el yoga y lo practico a menudo, no hay nada para mí como ponerse unos leggins originales, unas zapatillas y practicar posturas, combinándolo con la respiración para alcanzar el nirvana.
Hola, Rachel, acabo de ver tu comentario. Siento haber tardado tanto en responder. Qué bien que de vez en cuando podamos saborear ratitos de calma y presencia, ¿no?. Se llame eso nirvana o como se llame… Un abrazo!
Me ha encantado tu artículo
Me ha encantado este artículo
Me alegro mucho! Un abrazo fuerte