Una terapia con mindfulness. Parte II

Continuemos con la historia de Alba L. Después del paseo en que Alba conectó con su dolor por no sentirse digna de ser amada y en que comenzó a poder sanar este dolor, empezó a sentirse mejor. Fue dándose cuenta de que quería seguir en su relación con Héctor e ir viendo cómo se sentía, qué le apetecía. Estar con lo que sucede mientras sucede, eso es mindfulness. Estar intencionadamente en el presente sin juzgar. Eso también es mindfulness. Muchos de nuestros problemas, del malestar que sentimos se derivan del hecho de no vivir en el presente. Continuamente estamos viajando mentalmente hacia el pasado o hacia el futuro, y de ahí nos traemos, cuanto menos, tristeza y ansiedad. Recordamos lo que fue, lo que perdimos, lo que nos dijeron. O tememos por lo que vendrá, nos creamos expectativas. Se trata, entonces, de aprender a estar aquí y ahora, sin querer que en este justo instante las cosas sean de modo diferente a como son, aceptando plenamente lo que hay en cada momento.

Esto es mindfulness. Y a hacer esto enseño a la gente que viene a mis cursos o a mi consulta. Y se dan cambios espectaculares. Llegan personas enredadas, confundidas, alteradas. Y poco a poco se van calmando y aclarando. Esto también es mindfulness: calmar la mente para ver con claridad. Cuando van calmando su mente, bajando el ritmo, aceptando lo que hay en el presente, las personas empiezan a disfrutar más de lo que tienen y a relacionarse mejor con su entorno. Y, en la mayoría de los casos, los problemas que los trajeron a la consulta desaparecen gracias a la práctica de mindfulness

A veces sucede que, en la relación con un cliente, nos “fundimos” tanto que lo que descubrimos en la terapia va dirigido a los dos. Se produce una especie de “toma de conciencia conjunta”. Esto me sucedió con Alba. Hablando con ella sobre Héctor y lo que quería hacer con esa relación me di cuenta de algo que también podía aplicarme. Era una especie de dinámica de las relaciones. Voy a tratar de explicarlo.

 

Imaginemos un círculo con un punto dibujado en el centro.
circulo1
Ese círculo es una relación de pareja. Fuera del círculo podemos pintar varias crucecitas alrededor, diseminadas.
circulo4
Imaginemos que dos de esas crucecitas son Alba y Héctor que de pronto coinciden y deciden ir juntos hasta el borde del círculo y se colocan ahí. Están en el borde de una posible relación.
circulo2
El centro del círculo es el lugar al que todos los que queremos tener una pareja aspiramos. La felicidad máxima, la fusión con el otro. Un lugar sin conflictos, sin fricciones, de plenitud y conexión total. Héctor ha dejado claro que no quiere entrar en ese círculo. Alba descubre que quiere dar un pasito, aunque sea milimétrico hacia adentro. Querría colocarse aquí:
circulo3

Alba quiere que Héctor se coloque allí con ella. Quiere que queden y hablen con más frecuencia, quiere un poco más de intimidad. Como Héctor se ha quedado en el borde, ella intenta atraerlo hacia adentro, con mensajitos, insinuaciones…Entonces Héctor tiene varias opciones:

  • se queda donde está, no responde a las insinuaciones o demandas de Alba
  • entra con Alba al círculo donde ella está
  • se sale del círculo

En cada uno de estos casos, la reacción de Alba será diferente. Seguramente, si consigue llevar a Héctor donde ella está se pondrá muy contenta. Si Héctor no responde o se va, se quedará frustrada, se entristecerá…Veremos más adelante que aquí hay una trampa importante.

 

«Muchos de nuestros problemas, del malestar que sentimos se derivan del hecho de no vivir en el presente. Continuamente estamos viajando mentalmente hacia el pasado o hacia el futuro, y de ahí nos traemos, cuanto menos, tristeza y ansiedad».

 

Esta es la dinámica de muchas relaciones. Muchas mujeres que conozco tratan de llevar al hombre un circulito más adentro, de encaminarlo más o menos hacia el centro. Y muchos hombres no quieren entrar ni avanzar. También conozco hombres que quieren lo mismo de las mujeres que conocen.

En algunos casos, dos de esas crucecitas que coinciden y se ponen en el borde ven muy claramente que quieren ir juntos hacia el centro. Lo ven tan claramente que, sin dudar, se adentran en el círculo y van avanzando hacia el centro a mayor o menor velocidad. Esto son los flechazos. Unos llegan hasta el centro o muy cerca (estas serían algo así como “almas gemelas”) y otros tienen que darse la vuelta enmedio del camino y salir del círculo. En esta variante hay bastante confusión. Se produce mucho en la juventud. Con la madurez, se reduce este movimiento. Pero todos tenemos mucho anhelo de llegar con alguien al centro y a veces vemos espejismos.

En otros casos, a las dos crucecitas del borde les apetece avanzar juntos un poquito hacia el círculo más adentro. Se llaman, quedan, van dándose cuenta de que están muy a gusto…Y van avanzando poco a poco hacia adentro, de forma suave pero segura. Creo que este caso es el que tiene mayor probabilidad de éxito. Y menos probabilidad de daños si hay que darse la vuelta para salir.

Hay otro caso, en el que una de las dos crucecitas ve claramente que quiere llegar al centro con la otra. Y la otra no opina igual. (En muchos casos, esta claridad no es más que un encaprichamiento que luego se pasa). Entonces el que tiene claro que la otra es “su mitad” con la que puede llegar a la plenitud, al centro, empieza a darle tirones, más o menos sutiles. “Déjate querer, mujer, déjate querer…Soy el hombre de tu vida, no vas a encontrar a nadie como yo”. O bien, “es el hombre de mi vida, aunque él no lo sabe. Estoy loca por él, tengo que conquistarlo como sea…” Y aquí hay dos posiblidades: el otro se deja arrastrar o sale huyendo. O una cosa primero y luego la otra. Esta modalidad no tiene muy buen pronóstico. Aquí están la mayoría de las personas que no se respetan a sí mismas, que no están seguros de su valor. Aunque muchos aparenten exactamente lo contrario, para engañar no sabemos a quién. Aquí estaba la relación de Alba con su ex-marido. En cuanto se conocieron, él supo que quería que ella fuera la madre de sus hijos. Ella no estaba segura, pero él insistió, desplegó todas sus artes para conquistarla. Y lo consiguió. Y ambos visitaron los infiernos. No hay camino mejor ni más directo a los infiernos que este. A veces simplemente la pareja los vislumbra y se vuelve. Otras veces, entran e incluso, en muchos casos, se quedan a vivir allí. Tirar de una persona que no quiere entrar en la relación o dejarte arrastrar hacia adentro cuando te tiran. Hay muy pocas probabilidades de éxito por este camino.

 

«Tirar de una persona que no quiere entrar en la relación o dejarte arrastrar hacia adentro cuando te tiran. Hay muy pocas probabilidades de éxito por este camino».

 

La mejor forma de avanzar, la más segura, como hemos visto, es cuando los dos quieren ir hacia el mismo lugar, al mismo ritmo. Esto es importante. Y si uno ve claro que quiere ir con el otro, pero el otro no ve lo mismo, si quieres avanzar con él, debes esperarlo, no darle tirones y empujones para que avance y vaya donde tú quieres.

Me detendré un poco en este último camino, por ser quizás el más frecuente y el que conduce al peor lugar. Una persona que se respeta a sí misma, no va donde no quiere ir, por mucho que le insistan. Si te respetas y te amas a ti mismo profundamente y de verdad, no toleras ni medio empujón en dirección hacia un lugar al que no quieres ir. Si quieren que vayas, que te esperen. Y si cambias de opinión ya irás. Y si no te quieren esperar, que no te esperen. Pero si vas, irás cuando tú lo decidas. Y esa misma persona, que se quiere y se respeta, se guarda mucho de obligar a nadie, de forzar mínimamente a nadie a ir a ningún sitio. ¿Para qué quieres un compañero de viaje que no quiere ir contigo? Y más, a un lugar tan sagrado como el centro del círculo.

Casi todos hemos tenido alguna relación de este tipo o estamos aún metidos en ella. Una relación donde no queríamos estar pero estamos. O donde hemos metido a alguien con nuestras artes, en contra de su voluntad. Otros muchos están ahora mismo dejándose la piel por conseguir una relación así. ¿Para qué sirve esto? Para sufrir, más o menos en silencio. En estas dinámicas de no-respeto se permite mucho: hay humillaciones, alguien se arrastra, alguien desprecia…Suelen acabar como el rosario de la aurora. Raro es que cuaje una relación por esta vía. Los protagonistas de este tipo de relaciones no se creen merecedores de nada mejor y, o bien se empeñan en “obligar” y convencer a alguien para que los acompañe, o se dejan llevar y se conforman con ir con quien no quieren ir. Y, ya digo, en muchos casos, el destino final es el infierno. Del que, a veces se sale y a veces, no. 

Todo esto, con muchos dibujos de círculos, cruces y flechas, le conté a Alba. Lo recibió como agua de mayo. Al escuchar, se le iban iluminando los ojos. Iba entendiendo cada una de sus relaciones pasadas. Los tirones que había recibido, y los que había dado. Los hombres que al sentir un mínimo mínimo tirón habían salido despavoridos (el infierno da mucho miedo a algunos). Los que, para su desesperación, no se movían del su círculo por mucho que les tirara. Ella ya llevaba un tiempo pensando que no quería “conquistar” a nadie. Que quería que el hombre que fuera a ser su pareja estuviera convencido de querer estar con ella, que fuera dando pasos al mismo ritmo. Por eso se sentía tan incómoda mandando mensajes e insinuándole a Héctor que quería más. Pero ahora lo entendía todo, profundamente. Ahora comprendía que él estaba plantado en su círculo y que eso era estupendo. Hablaba bien de su autoestima, del aprecio y el respeto que se tenía a él mismo. El mismo aprecio y respeto que desplegaba por ella, y que ella sentía. Ahora  Alba se daba cuenta de que podía quedarse con él en el borde y “jugar” por ahí, o salir del círculo. Si los dos se quedaban en el borde, quizás Héctor en algún momento quisiera avanzar o quizás no. Y ella igual, ya veríamos. Si él decidía salir, ¿quién era ella para retenerlo? Y si él quería retenerla contra su voluntad, no se iba a dejar. Ahora todo cuadraba. Resonaba en su cabeza una frase que oyó en “El fantasma de la ópera” y que le encantó: “Si me quieres, déjame que me vaya”. ¡Ahora la entendía muy bien!

Todo esta comprensión por parte de Alba fue posible gracias a la comprensión previa de su valor, a ese darse cuenta de que merecía ser amada. A esas frases que aparecieron en su conciencia mientras paseaba y que le calaron profundamente. Ahora sabía qué tipo de relación quería, qué tipo de compañero. Había encontrado un sendero seguro por el que podía caminar.

Vamos a añadir una última cuestión. Después todo el proceso que Alba vivió y a partir del modelo del círculo que acabamos de ver, podemos extraer un modo de saber si una relación está sana y, por tanto, puede aspirar a un buen futuro. No se trata de una ley absoluta ni tampoco tenemos que sacar nuestra vara de medir, pero puede que a muchos nos oriente. Se trata de equilibrio. En las relaciones, y más al comienzo, debería existir un cierto equilibrio. Y vamos a medirlo en el número de veces que cada uno de los miembros se dirige al otro. Para darle los buenos días, preguntarle qué tal le va, proponer alguna actividad para realizar en común… El número de llamadas, mensajes, propuestas, invitaciones, planes, etc. debe estar equilibrado. Si es uno el que siempre llama, se interesa y propone, mala señal. Existe una alta probabilidad de que uno esté tirando y otro se esté dejando llevar. Y esto, como vimos en la explicación del círculo, no augura nada bueno. Y no sólo puede aplicarse esta simple reglita a las relaciones de pareja. Pensemos en las amistades. Si uno es el que siempre llama al otro para ver qué tal va o proponerle salir…mal asunto.

Quiero insistir en que no se trata de ir con la mezquindad del “yo ya lo he llamado, ahora que me llame él”. No es eso. Es algo que fluye, que sucede de forma natural. En las relaciones sanas, equilibradas, nos va apeteciendo a todas las partes llamar, salir, hacer planes…Y no estamos pendientes de quién lo hace. Pero al final las cuentas cuadran. Y nos vamos alternando en la labor de procurar que haya momentos para disfrutar juntos. Y nos sentimos todos bien. Cuando no hay equilibrio, surge la incomodidad. Esta es la clave, la señal clara. Nos sentimos mal tanto si siempre tomamos la iniciativa nosotros, como si siempre la toma el otro.

Tenemos que tener en cuenta un aspecto muy importante: no pasa nada porque a mí no me apetezca tanto como a ti que compartamos nuestro tiempo. No significa que no te quiera, que no valgas o que no seas importante para mí. Cada uno tiene su propia escala de valores, que es muy muy respetable. En mi escala de valores puede haber muchas cosas por delante de pasar tiempo contigo (mi trabajo, mi familia, otra gente, mi deseo de no comprometerme…) y eso no significa que yo no te aprecie, pero voy a respetar mi escala de valores, por el bien de todos. Se paga muy caro el saltársela para satisfacer a otros. Entonces, si vemos que el pasar tiempo juntos no está en el mismo nivel en nuestra escala de valores que en la de nuestra pareja o amigo, tenemos dos opciones: buscarnos otra pareja u otro amigo que tengan una escala de valores más parecida a la nuestra; o retirarnos un poco, no agobiar y dejar que cuando el otro pueda o quiera se acerque a nosotros. Vemos, entonces, que al final siempre se trata de respeto, a ti y al otro. Por encima y en el fondo del equilbrio. La base para construir una buena relación.

Sólo diré para terminar, que este círculo del que hemos hablado y su centro pueden representar muchas otras cosas. Y que la relación más importante que tenemos, es la que tenemos con nosotros mismos. Y, por lo tanto, se ajusta al mismo esquema. En el centro del círculo, ¿está uno mismo?, ¿la iluminación?, ¿el nirvana?.

Continuará…

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