Para convertirse en budista, se hace un ritual que consiste en tomar refugio en el Buda, en el Dharma y en la Sangha. Aquí “el buda” no es el personaje histórico o una imagen, es la capacidad de ser felices que cada uno de nosotros tiene dentro de sí, como un potencial que se puede desarrollar y que es independiente de las condiciones exteriores; “el dharma” es el método o camino para desarrollar ese potencial y “la sangha” es el modelo o el grupo de personas que han seguido con éxito ese camino, o que aún lo siguen. Yo no soy formalmente budista, pero he establecido conmigo misma el compromiso de refugiarme en buda, dharma y sangha, y renuevo este compromiso cada día. A través de mi práctica de mindfulness me he dado cuenta muy claramente de cómo, cuando las circunstancias se ponen difíciles, cuando nos sentimos mal y no somos capaces de estar en contacto con la realidad de lo que está sucediendo, nos refugiamos, en muchas ocasiones, en lo que tenemos más a mano para huir de esa incómoda o incomprensible realidad. Nos refugiamos en el trabajo, en la bebida, en las compras, en el sexo, en los libros, en la pareja, en nuestros ideales y opiniones, en los medicamentos, en las series, en la comida, etcétera, etcétera y etcétera.
Como digo, me di cuenta de esto gracias a mi práctica de atención plena. Y gracias a esa misma práctica he podido conocer otros refugios que me resultan más provechosos. Cuando me siento mal, por el motivo que sea, me refugio en el buda: sé que en mí tengo todo lo que necesito para estar bien, para superar las dificultades y retos que se me presentan; en el dharma: mi práctica, el estar en contacto con la realidad momento a momento, lo más y mejor que puedo y el tomar cada dificultad como una oportunidad para practicar; en la sangha: las personas que conozco que han hecho y están haciendo el mismo trabajo que yo, desde el mismo Buda a muchos de mis profesores, maestros, amigos y conocidos.
Un ejemplo (espero) sencillo: un enfado porque alguien no se está comportando como esperamos o porque no está sucediendo justo lo que nosotros queremos. En lugar de permanecer en contacto con la dureza del enfado, una emoción bastante desagradable de experimentar, o de la situación y lo que de verdad estamos sintiendo, salimos de ahí. ¿Cómo? Cada uno como puede: enredándonos en un crítica hacia la persona o la situación, gritando, insultando, tomando copas, contándonos rollos… Casi tantos “refugios” como personas. ¿Cuál sería la alternativa que propone el mindfulness? Permanecer lo más en contacto posible con lo que de verdad está pasando, sin hacer nada más, empezando siempre por uno mismo: cómo sentimos la emoción, en este caso la rabia, en el cuerpo (tensión, en qué lugares, intensidad, cambios…); que pensamientos acuden a nuestra cabeza en ese momento (descalificaciones hacia el otro o hacia nosotros, explicaciones, justificaciones, intención de decir “cuatro cosas”…). Se trata de no hacer mucho caso a esos pensamientos, de darnos cuenta de que están ahí pero no seguirlos ni hacer nada bajo los efectos de la emoción; podemos apoyarnos en la respiración para pasar el trance, notando cómo se siente en la zona del cuerpo que prefiramos (nariz, abdomen, pecho u otras) mientras dura la tormenta. Una vez que recuperamos la calma, desde ahí, decimos o hacemos lo que necesitemos decir o hacer.
Puede ocurrir que la emoción y la situación sean muy duras de manejar. No siempre podemos estar ahí con lo que sucede. En ese caso, nos puede servir apoyarnos en algo, en lo que pensemos que más nos va a ayudar: desahogarnos con alguien, ver una película, dar un paseo, tomar unas cervezas, una medicina o una tableta de chocolate. Esto no significa que seamos débiles, evitativos o cualquier otra etiqueta que se nos venga a la cabeza. Significa que somos humanos y que, aparte de practicar la atención plena, también queremos tratarnos bien y cuidarnos. Para terminar, es mejor si eso que decidimos hacer para aliviarnos un poquito cuando estamos saturados de “realidad”, hace el menor daño posible, a nosotros mismos o a los demás. Cuando estemos listos, volvemos a nuestro cuerpo y a nuestra mente para seguir experimentando lo que está ocurriendo.
Según mi experiencia, este “método” es el más eficaz para aportarme paz y felicidad, a mí y al mundo. Te animo a comprobarlo por ti mismo.
Antes de poner el punto final, me doy cuenta de que necesito hacer una última aclaración: el compromiso con la vida y la realidad que supone la práctica de la atención plena, no implica eliminar de tu vida eso que he llamado “refugios” para estar todo el día respirando y sintiendo emociones. En mi caso, veo series, tomo cervezas, medicinas y dulces, opino de política (poco) y hago todo lo que quiero, disfrutándolo al máximo. A veces lo hago porque me apetece sin más y otras para descansar y desconectarme de una realidad que me resulta pesada, dura de gestionar. La diferencia, al menos esa es mi intención, es que cuando lo hago por ese motivo lo sé y también lo disfruto.
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Yo siempre he buscado refugios hasta que conocí, gracias a ti, la atención plena y ahora comienzo por la práctica antes de recurrir a mi refugio.
Muchas gracias por todo lo que aportas.
Un abrazo grande.
Manuela, qué bien que lo que nos contamos nos sirva para explorar otras maneras de vivir la realidad, antes de salir corriendo para no sentir. Otro abrazo para ti!