Trabajo como psicóloga en un gabinete privado. También imparto cursos de reducción de estrés basados en mindfulness (en español, “atención plena”). Voy a contaros un caso interesante. (Que, por supuesto, me han autorizado a contar)
Es el caso de una mujer, Alba L., de unos 40 años de edad, divorciada y con dos hijos. Alba llega a la consulta porque está harta de su vida amorosa. Desde que se divorció, hace diez años, ha tenido varias historias, unas más serias, otras breves y pasajeras. Pero todas han fracasado. Y después de cada una de ellas, Alba se siente mal.
Recientemente ha conocido a un hombre y está muy angustiada. Cuando conoce a alguien, aunque solo sea para una relación breve, se pone nerviosa, se siente insegura y vulnerable. No sabe cómo comportarse y no puede quitarse de la cabeza la idea de que va a meter la pata. Y suele acabar metiéndola…
En la consulta empezamos a hablar directamente de este hombre. Se llama Héctor y es guapo, simpático, educado…muy atractivo. Se conocían del trabajo, pero nunca habían hablado. Hace poco coincidieron en la cafetería, empezaron a charlar y él acabó proponiéndole tomar una cerveza. Ella aceptó y quedaron algunos días más tarde. En la conversación que tuvieron el día que él le propuso salir a tomar algo, Héctor le contó que acababa de romper una relación de varios años y que en estos momentos sólo tenía ganas de salir y entrar sin comprometerse con ninguna mujer. Así que estaba bastante claro. Ella le resultaba atractiva y le apetecía tomar algo y quizás después algo más…
Alba aceptó salir. Héctor le cae muy bien y de vez en cuando sienta bien echar una canita al aire. Se siente segura porque no tiene mucho que perder. Aunque Héctor le parece muy atractivo, no lo ve como su pareja. Puede relajarse un poco. Así es que salieron y la noche fue genial. Después volvieron a verse una semana más tarde y también estuvieron muy a gusto. Héctor es encantador. A ella le gusta mucho cómo la trata y lo pasa muy bien con él. Aunque también ve que son muy diferentes y que no tienen demasiado en común. La historia está bastante clara. De vez en cuando pueden verse, pasar un rato juntos y hasta la próxima (que nadie sabe cuándo será). No está mal. Él ha sido claro, lo ha explicado y se comporta impecablemente con ella. Pueden disfrutarse mutuamente mientras les apetezca a ambos. Y ya está.
Pues no. No está. La primera vez sí, pero después de verse la segunda vez, Alba se da cuenta de que, cuando él se va, a ella le gustaría quedar para la próxima vez. Tiene ganas de verlo al día siguiente, de escribirle por wasap, piensa en él, recrea en su imaginación sus citas…
Y aquí empieza el problema que la trajo a mi consulta. Porque ella siente todo esto, tiene ganas de un poquito más de contacto con él, pero sabe que esa no es la relación que tienen establecida. Si ella le escribe algún mensaje él responde muy cariñosamente, pero nada más. Él nunca inicia ninguna conversación ni la ha vuelto a llamar para quedar. Y aquí es cuando entran en escena todos los demonios de Alba. La inseguridad, la duda, la confusión, el deseo, la decepción, la frustración, el miedo…La rabia. Rabia con ella misma. Si este hombre, aparentemente, no es el hombre de mi vida, si tenemos una relación tan superficial, tan claramente establecida…¿por qué aparece todo esto? ¿Por qué me siento así? ¿Por qué no tomo alegremente lo que él me da sin querer más? Además, ¿querría más? Y un día inicia una conversación fresca y ligera con él por wasap. Y al otro día le vuelve a apetecer charlar otra vez. O verlo. Pero no quiere tomar la iniciativa. No quiere agobiarlo. Quiere que sea él el que le escriba, el que la llame. Pero él no lo hace. Seguramente, ella no le interesa demasiado. O sí. No. Pero no pasa nada, no le va a gustar a todo el mundo. Y no quiere espantarlo, como ha hecho ya con otros hombres. Así que decide dejarlo tranquilo. Pero ella no está tranquila. ¿Cómo puede alterarla tanto una historia así? ¿Cómo puede desequilibrarse tanto con cualquier hombre que aparezca en su horizonte? Qué angustia. Y más angustia aún porque ella se considera una persona racional, madura. Ha hecho terapia en más de una ocasión para controlar sus emociones, sus pensamientos…Pero le queda un ángulo muerto, un lugar donde no le funciona lo que tan bien sabe utilizar en otras situaciones.
Creo que ha llegado al sitio adecuado. Mindfulness puede llegar a ese ángulo muerto que todos tenemos. Lo sé por mi propia experiencia y por el trabajo con mis clientes de los cursos y la consulta. Nos ponemos a trabajar. No voy a contar todo el proceso, sólo algunas de las líneas básicas. Y sobre todo explicaré un descubrimiento que tuvimos que creo que puede ser útil para más personas. Antes de continuar, quiero aclarar que la brevedad y el éxito del tratamiento no se debieron exclusivamente a mis habilidades como psicóloga y a mí compromiso y práctica personal con mindfulness, lo que sin duda influye. El éxito se debió sobre todo al trabajo que ya traía hecho Alba, a todas las veces que se había caído y se había vuelto a levantar, a las ganas de salir de esta dinámica y a su apertura para colaborar en lo que yo le iba proponiendo.
Comencemos. Olvidémonos de controlar. Si trabajamos con mindfulness tenemos que olvidarnos del control. No vamos a controlar nuestros pensamientos o nuestras emociones. Vamos a verlos, a conocerlos, a observarlos, a acogerlos con cariño, a hacerles espacio, a ver qué nos quieren decir. Cuanto más intentamos controlar un pensamiento o una emoción, más fuerza toman. Lo que resistes persiste, lo que aceptas se transforma. No es mía la frase, pero es clave. Y, por suerte, esto ya está bien demostrado en la investigación.
Cuanto más intentamos controlar un pensamiento o una emoción, más fuerza toman. Lo que resistes persiste, lo que aceptas se transforma.
«Cuanto más intentamos controlar un pensamiento o una emoción, más fuerza toman. Lo que resistes persiste, lo que aceptas se transforma».
El trabajo con mindfulness no es sólo mental, verbal, racional. Va por más vías. Aparte de hablar, de tratar de entrar por la mente, por la comprensión racional, trabajamos con el cuerpo. Y, para quien crea en el alma, también se trabaja con el alma. Todo a la vez. Integrado. Le propuse a Alba ejercicios para reconocer las emociones en su cuerpo, para hacerles espacio. Ejercicios para calmar la mente y dejar de rumiar y dar vueltas a lo mismo una y otra vez. Y ejercicios para cuidarse, para darse cariño y atención a ella misma, porque lo estaba pasando mal. Ella se implicó y fue cogiendo frutos. Fue abandonando la lucha contra lo que sentía. Fue dándose cuenta de qué le pasaba, fue calmándose. Pero lo más increíble sucedió un día fuera de la consulta.
Hay un tipo de ejercicio en mindfulness que es específico para darnos cariño a nosotros mismos cuando lo estamos pasando mal. Y funciona. Vamos a ver un ejemplo. Le había enseñado a Alba este ejercicio y ella lo practicaba cada día. Se puede practicar mientras paseamos, así es que ella aprovechó una tarde para salir y practicar “metta”, que así se llama este ejercicio, dando un paseo. Mientras andaba, seguía las instrucciones que yo le había dado. Iba centrada en su respiración, en lo que veía, en sus sensaciones corporales (el viento en la cara, los pies contra el suelo…). Dejaba que sus pensamientos circularan libremente por su cabeza sin quedarse atrapada en ninguno de ellos e iba repitiendo una serie de frases muy breves referidas a ella, tratando de sentir amor y compasión por ella misma al decirlas. “Qué yo esté segura, que sea feliz, que esté sana, que viva a gusto…” De pronto, algo que puede suceder, empezaron a aparecer unas frases diferentes en su cabeza, diferentes a las que se repetía una y otra vez. “Me merezco ser amada, me merezco que me traten bien, me merezco una buena relación, soy capaz de tener éxito en una relación…” Y Alba empezó a sentir que las lágrimas se resbalaban por sus mejillas. Y a la vez una inmensa felicidad. Conectó con su dolor, con su inseguridad y lo sanó. Sintió eso. Y no fue sólo algo que se dijo racionalmente. Fue una toma de conciencia, integral, profunda. Toda ella, todo su ser sabía ahora que ella merecía ser amada.
«Después de sentir el dolor, después de no pelearse con él, de no rechazarlo o evitarlo, después de responder con amabilidad y compasión a ese dolor, ocurre que la persona encuentra una salida, una acción que le hará avanzar y librarse de ese dolor».
Imaginad mi alegría cuando Alba me contó su experiencia. Esto es, para mí, una terapia eficaz, realmente sanadora. Y la cosa no quedó ahí. Después de hacer este descubrimiento, Alba comprendió lo que quería hacer. “Imaginó una acción hábil”, así se llama este paso en el proceso que hemos descrito. Si todo va bien, y suele ir, el proceso que se sigue en la terapia con mindfulness culmina en este punto, en la “acción hábil”. Después de sentir el dolor, después de no pelearse con él, de no rechazarlo o evitarlo, después de responder con amabilidad y compasión a ese dolor, ocurre que la persona encuentra una salida, una acción que le hará avanzar y librarse de ese dolor. Y todo el proceso lo realiza la persona que sufre, la que tiene el problema. El terapeuta se limita a estar ahí, a dar unas pautas, a entrenar y supervisar los ejercicios. Y es más eficaz esta supervisión cuando él mismo ha pasado por ese lugar. El terapeuta de mindfulness predica con el ejemplo, esto es clave para el éxito de la terapia.
He llegado al final de este artículo sin explicar en qué consistió la salida de Alba, o cuál fue ese descubrimiento que hicimos que puede servir a otros…Continuará, pues.
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