Las pasadas navidades me pasé una semana en un retiro de meditación. Uno de los días, la persona que lo dirigía, Patricia Genoud, nos dio una instrucción para la práctica de la atención plena (mindfulness): “en lugar de preguntarte ¿cómo puedo estar más presente?, pregúntate ¿qué hago para ausentarme?”. Aquella sencilla frase me impactó. Estuve todo el retiro investigando de qué manera me alejaba del presente. Me di cuenta de que no tengo que hacer ningún esfuerzo especial para permanecer en el aquí y el ahora y de que en mí funciona un extraño mecanismo que trata de llevarme a otro lugar en cuanto me descuido. Un lugar que en realidad no existe y al que viajo mentalmente tratando de cambiar de algún modo ese “aquí y ahora”. Así, pasaba de estar sentada en el cojín disfrutando de una presencia total, una presencia donde podía saborear la plenitud más absoluta y la ausencia de todo tipo de molestia, a estar distraída o pensando cuánto faltaría para la hora de la comida, para que llegara el momento de saltar del cojín y dar cuenta de algún exquisito manjar. Era muy interesante comprobar cómo en cuanto aparecían estos pensamientos relacionados con “quiero estar en otro sitio” aparecía también con ellos una tensión muy sutil que se reflejaba en el nivel físico como dolor de espalda e inquietud.
Después del retiro, esta sencilla pregunta continúa alimentando mi práctica: “¿Qué hago para ausentarme?” Y compruebo una y otra vez cómo la respuesta sigue teniendo que ver con querer cambiar de algún modo la realidad en la que estoy en cada momento. En un nivel menos sutil que el que se puede observar en un retiro de meditación, en nuestra vida cotidiana se produce ese mismo movimiento entre estar en el presente, en lo que sucede en cada momento, y dar el salto desde ahí hacia otro lugar que no existe; un lugar que suele ser mental, al que tratamos de escaparnos de algún modo y que suele añadir tensión y malestar a lo que sea que estemos viviendo. Seguramente esta sea una de las grandes compulsiones del ser humano (mía, ahora estoy segura, desde luego que lo es).
En realidad, a lo largo de nuestra vida nos la pasamos alternando entre un estado y el otro: ahora estoy atento, ahora no; ahora estoy sintiendo y sabiendo lo que está pasando, ahora estoy en las nubes. Si no hacemos nada por cambiar esto, la mayoría del tiempo estamos fuera, desconectados del presente, de lo que está ocurriendo y solo algún estímulo muy intenso en forma de dolor, emoción, ruido, etc. nos trae aquí por un tiempo hasta que, de nuevo, podemos saltar al limbo de la inconsciencia. Es como cuando vas andando descalzo por la casa, ausente, comportándote como un robot y te enganchas el dedo pequeño del pie en la pata de una silla. Al practicar la atención plena, si queremos, podemos ampliar los momentos en los que estamos “dentro”, conectados con nosotros mismos y con lo que está sucediendo, lo momentos de «ser». Mientras vamos por la casa haciendo una cosa u otra, podemos ir dándonos cuenta de lo que estamos haciendo. Abandonamos voluntariamente esa compulsión a escapar. Gracias a esta actitud, podemos ver que nos estamos aproximando a la pata de la silla…y quizás nos ahorremos más de un doloroso accidente en el dedo del pie que nos “obligue” bruscamente a volver al presente.
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