Esta mañana he ido a dar un paseo con unas amigas y con mi querido Manolo Toribio, presidente de la asociación montañera unipersonal “Saltabalates” y experto en campo y silencio. Hemos estado en un bosque que hay por la zona norte de la provincia. Un lugar lleno de helechos, castaños, enredaderas… un bosque encantado. Hemos dado un paseo meditativo. Íbamos en silencio, atentos a nuestros pasos, al olor fresco del bosque, a los sonidos de las hojas, al canto de los pájaros… en silencio y en contacto íntimo con la naturaleza.
A lo largo del camino teníamos que ir saltando un riachuelo que recorre el bosque. Yo no llevaba un calzado adecuado, mis zapatos resbalaban y no eran impermeables, por lo que iba pisando con inseguridad las piedras que atravesaban el riachuelo mientras me acordaba de mis súper-botas de montaña, que se habían quedado en mi casa.
Aunque la naturaleza suele producir en mi mente un efecto calmante, mientras caminaba en silencio por el bosque estaba sorprendida por la gran agitación que reinaba en mi cabeza. Pensamientos, ideas y planes iban y venían a gran velocidad. Y de pronto me di cuenta: estaba en tensión. En nuestro camino teníamos que cruzar una y otra vez el río saltando entre piedras escurridizas, era bastante probable que me resbalara y me mojara los pies. No iba relajada, mi mente anticipaba continuamente el siguiente momento en que nos encontraríamos con el arroyo. El darme cuenta de esto cambió la situación: ¿qué más da si me caigo? Una experiencia más… Decidí quedarme en cada paso, sin anticipar nada y, cuando llegara el momento de cruzar por las piedras, hacerlo relajada y confiadamente. Todo cambió, la luz se abrió paso, mi mente se calmó. Y en el espacio sereno que quedó al abandonar la preocupación apareció la imagen de la mente como un cachorrillo asustado. Un cachorrillo que se aleja y ladra si le gritas y quieres mantenerlo a tu lado a la fuerza, pero que viene hacia ti contento cuando le sonríes y le abres los brazos acogiéndolo amablemente. A la mente no le gusta el exceso de tensión, cuando apretamos, salta de un lado a otro, se agita. Si nos relajamos, poco a poco se va quedando tranquila junto a nosotros. Esto lo he comprobado hoy claramente. Cuando me he relajado y le he abierto mis brazos, me ha acompañado todo el camino. Respirando en calma, caminando en calma, mi cuerpo, mi mente, el bosque y yo éramos uno en el silencio de la mañana.
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