El secreto del zen se resume en cuatro palabras: no siempre es así.
Suzuki Roshi
Anoche estaba con una amiga tomando una cerveza. Me contó cómo, después de toda una vida preguntándose para qué estaba aquí y dudando en muchas ocasiones de si realmente merecía la pena vivir, por fin había entendido el sentido, por fin, hace muy poco tiempo, había experimentado una comprensión y un bienestar genuinos. Mi amiga ha pasado más de un año cuidando a su hermano enfermo de cáncer. Me contaba que, casi al final de su vida, cuando estaba en la cama con el cuerpo paralizado de cintura para abajo, su hermano se había dado cuenta de que realmente no había vivido. Y quiso aprovechar lo poco que le quedaba para disfrutar de sus amigos, de la comida, de la música y de todo. “Este es el legado que me dejó mi hermano. Ahora, que es cuando menos ganas tengo de morirme, es cuando siento que estoy más preparada para ello. Porque, gracias a esta experiencia, siento que ya he vivido, que he comprendido verdaderamente lo que significa vivir y cómo la felicidad está justo ahí, en esos pequeños momentos a los que yo antes no hacía caso esperando que llegara algo más importante y grandioso que realmente me hiciera feliz”. Y ahí estábamos las dos, en medio de un ruidoso bar, con el vello de punta y las lágrimas saltadas. Un poco más tarde, nos sorprendimos comentando detalles de “First dates” (para nosotras, “firdeih”) un programa de televisión que las dos vemos de vez en cuando. Y nos reímos pensando que si alguien oyera nuestras conversaciones alucinaría, pues pasamos de lo más sublime a un cutre programa de televisión en menos de 5 minutos.
Ahora, mientras recordaba todo esto, me decía a mí misma que esa es una señal de que voy por buen camino. El camino de no irme a los extremos, de dar cabida a todo, a todas las opiniones, a todas las perspectivas. El camino de experimentar y abrirme a todas las posibilidades. Lo habitual en mí no es eso, sino el hecho de colocarme en un extremo, en una opinión y cerrarme a todo lo demás. Y no estoy sola, la mayoría de nosotros, como manda nuestra mente, o nuestro ego, como queramos llamarlo, tendemos a polarizarnos. Esto o aquello, blanco o negro.
Este comportamiento se da tanto más cuanto más miedo e inseguridad sentimos y puede observarse muy claramente en nuestro día a día. Se podrían escribir mil volúmenes sobre cómo, en muchas ocasiones, a través del hecho de tomar partido por algo estamos creando una falsa sensación de seguridad, de que existe algo sólido e inmutable. Da igual en qué terreno nos movamos. No hay ningún área de la vida ni ninguna práctica donde nos libremos de caer en esta trampa.
El miedo es nuestro más fiel compañero. En el camino espiritual aparece muy frecuentemente. A medida que vamos avanzando nos vamos adentrando en lo desconocido, en lo más oscuro de nosotros y del mundo. Nos vamos dando cuenta de que, realmente, hay muy pocas certezas, muy pocos lugares a los que agarrarse. Así que es fácil caer, ahí también, en la espiritualidad, en el hábito de aferrarnos y defender determinadas prácticas, creencias, escuelas, maestros, etc. para no enfrentarnos con ese miedo que cada vez es más evidente.
En mi caso, sucede que cada vez que me siento vulnerable, insegura o temerosa tiendo a construir un muro que me protege de sentir esa vulnerabilidad. Como practico sin descanso (o eso pretendo), cada vez esos estados de los que quiero huir son más frecuentes. Así que una de mis prácticas principales es la de pillarme construyendo muros de opiniones, justificaciones y certezas que me protejan de mis miedos.
Por eso me alegro cuando me veo capaz de acoger los extremos, de permanecer en “estados intermedios”. En esos estados donde no es posible definir lo que está pasando, donde no hay esquemas ni mapas del viaje, donde es posible algo y también lo es su contrario. Ahí donde no hay refugio y solo queda abrirse, experimentar y vivir. Ahí donde voy comprendiendo poco a poco que tenemos sitio para todo y que el lugar más fértil e interesante es justamente aquel donde estoy sintiendo inseguridad y miedo. Voy aprendiendo a estar ahí sin construir barreras, sin refugiarme en ningún sitio. Porque es en esa nebulosa en la que “no sé” donde están todas las posibilidades, donde está todo lo que hay. Es ese el lugar más jugoso y fresco, ahí están la felicidad y la libertad, ahí suceden esos momentos que mi amiga, gracias a su hermano, está comenzando a saborear
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