Una terapia con mindfulness. Parte III

Recibí hace poco un correo de Alba en el que me contaba cómo le iba. Le comenté que después de publicar su historia, mucha gente me había dicho que al leerla había entendido muchas cosas, que se sentían identificados con ella. Así que, cambiando algún detalle sin importancia, Alba me autoriza a compartir su carta con vosotros. Aquí está:

Hola Beatriz,

Espero que estés muy bien. Yo estoy bien, muy contenta. Te escribo para contarte cómo va mi historia con Héctor.

Te acuerdas de Héctor, ¿verdad? Por si te falla la memoria te recuerdo que Héctor era un compañero del trabajo que me invitó un día a tomar una cerveza. Acepté, salimos y comenzamos un “rollo”. Un rollo muy light. Él me dejó muy claro que acababa de salir de una relación muy larga y que no quería nada serio con nadie. Al principio nos veíamos una vez al mes o menos y apenas teníamos comunicación. No por falta de ganas por mi parte. Me lo paso muy bien cuando estoy con él. Después de unos meses, él comenzó a mandar algún wasap, se acercó un poco más. Nos veíamos con más frecuencia y charlábamos algo más. Era un avance…Pero yo no estaba contenta. Y aquí comienza lo interesante. Bea, no te imaginas lo que he aprendido. Te cuento.

 

«Una de las cosas más importantes que se aprenden con mindfulness es a responder en lugar de reaccionar».

 

Recuerdo que me decías que una de las cosas más importantes que se aprenden con mindfulness es a responder en lugar de reaccionar. Gracias a todos los ejercicios y técnicas que me has enseñado, he conseguido darme cuenta de cuál va a ser mi reacción ante una situación, parar antes de actuar y decidir si quiero seguir adelante o no. Y entonces, ya no es una “reacción”, ya elijo yo qué quiero hacer: puedo “responder” en lugar de “reaccionar”. Y a partir de este sencillo paso, la película cambia, y mucho.

Me he dado cuenta de que, hasta ahora, en todas mis relaciones, había simplemente “reaccionado”: esto no me gusta así, quiero más (o menos) y, si no me lo das, me voy. Cuando cualquiera de mis parejas anteriores no me daba justo lo que yo quería, empezaba un tira y afloja con ella. Y había dos posibles resultados: conseguía lo que yo quería o no. Si conseguía lo que yo quería, poco tiempo después perdía el interés por ese hombre y lo dejaba. Si no conseguía lo que yo quería, lo dejaba también, después de más o menos tirones. O me dejaba él a mí,  en cuanto veía mi primera exigencia, o cuando se hartaba de ellas. Con Héctor estuve a punto de hacer lo mismo: no me da lo que yo quiero, me voy. No sé si te acuerdas que ya había aprendido, también en mi relación con Héctor, que no sirve de nada dar tirones a alguien para que vaya donde tú quieras (lo de los círculos que escribiste en uno de tus artículos). Así que, como ya había decidido no dar tirones a nadie más, sólo me quedaba dejarlo. Esa habría sido mi reacción normal en cualquier situación. Era la única manera de respetar a otra persona que yo entendía: no puedo aceptar lo que me das, pues me voy.

¡Pero aquí se produjo el gran cambio! No me fui…Había otra opción. Una opción que he descubierto ahora, después de tantas y tantas relaciones rotas. Como tú dices, “cuando el discípulo está preparado, el maestro aparece”. Por fin estaba preparada para ver otra opción. Cuánto tiempo he estado ciega, qué precio tan alto he pagado por esta lección. Me he dado cuenta de que mi modo de actuar tuvo mucho que ver en que se rompiera mi matrimonio…Cuántas veces la vida me presentó situaciones para que yo abriera los ojos. Y cuántas veces permanecí con los ojos cerrados, acumulando dolor, causando dolor. De nada me sirve llorar sobre lo que ya ha pasado. Siento mucho haber causado tanto sufrimiento, aunque sé que no pude ni supe hacer otra cosa. Ahora lo sé, profundamente. Creo que todo este sufrimiento ha sido el precio que he tenido que pagar antes de poder abrir los ojos.

Te preguntarás, ¿cuál era esa tercera opción? Ni empujarlo para que haga lo que quiero, ni irme si no estoy satisfecha con lo que me da…Puedo quedarme, aunque no tenga lo que yo quiero. ¡Esa es la tercera opción! Quedarme aún sin tener lo que yo quiero y sin obligar al otro a que me lo dé. Y eso hice. Y no te imaginas lo que he aprendido…

Para empezar, pude ver que existía esta tercera opción porque me paré y me miré. Han sido demasiados fracasos como para que todos hayan sido por causas ajenas a mí, como yo hasta ahora defendía. Me centré en mí. ¿Cuál es mi responsabilidad en mis rupturas? ¿Qué he estado haciendo hasta ahora? Si haciendo algo he obtenido un resultado (en este caso, dolor y rupturas), si sigo haciendo eso mismo, seguiré obteniendo el mismo resultado. Para tener algo diferente, debo hacer algo diferente. Algo diferente, empezando por esto, por mirar en mí, por dejar de ver qué les falta a los otros, cuáles son sus errores y defectos. Asumí que Héctor es como es y que me da lo que me da. Y miré si eso me gusta o no, aunque no sea exactamente lo que yo quiero. Si prefiero que me siga dando eso que me da, o es mejor nada. Antes era: o lo que yo quiero, o nada. Ahora veo con más calma los grados intermedios.

Tengo una amiga que trabaja en una perfumería. De vez en cuando, me da una muestra de perfume. Yo se la agradezco. Y ya está. ¿Te imaginas que le dijera que por qué no me da más? “María José (así se llama mi amiga): ¿por qué no me das más muestras?, ¡qué pocas me das! Si de verdad yo te importara, me darías más, y de otra marcas mejores. Tengo una amiga a la que su amiga le da un montón de muestras. Sabes que me gustan las muestras de la marca tal y me las das de la marca cual….” ¡Esto he hecho yo hasta ahora con mis parejas! Y estaba a punto de hacerlo con Héctor (que ni siquiera es mi pareja). Algunos hombres, al oír mis quejas me dieron la perfumería entera, hasta las estanterías y el local. Y no sirvió de nada. Otros, cuanto más les pedía, menos me daban. Otros, en cuanto les pedía la primera muestra de más, huían despavoridos. ¡Un desastre! Y jamás se me ocurrió cambiar de enfoque. Valorar y agradecer lo que me daban. Darme cuenta de que no estaban obligados a darme nada. Mirar qué estaba dando yo. Preguntarme por qué tenía esa necesidad insaciable de muestras.

Si mi amiga al darme las muestras me humillara, o me dijera que eran un regalo y luego quisiera cobrármelas, o si me las diera y luego me exigiera algo a cambio, quizás tendría que plantearme si quería protestar o incluso dejar de ser su amiga. Pero no parece que sea el caso. Y, salvo alguna excepción, tampoco fue ese el caso con mis parejas anteriores. Ni es el caso de Héctor. Lo que Héctor me da, me lo da con cariño, con amabilidad, de buen grado. Soy yo la que no lo recibe de buen grado. (Lo recibía, ahora es diferente).

¿Sabes qué? Creo que confundo la cantidad de muestras que me da mi amiga con lo que yo valgo o con lo que me quiere. Si me da más muestras de perfume y son de una marca mejor, es que me quiere más y, por lo tanto, valgo más. ¿Qué te parece el razonamiento? Pues creo que llevo veinte años haciéndolo con los hombres. Hasta ahora. ¿Qué tiene que ver lo que hace Héctor conmigo con el valor que yo tengo? Soy una persona, un ser humano y mi valor no depende de lo que otros hagan conmigo. Lo que tengo que ver es si me gusta lo que me da, si lo disfruto, si me siento bien. Ya está. Y no confundir las cosas.

Me pongo en el lugar de todos los hombres que han pasado por mi vida. Si pudiera pedirles perdón…Todos queremos que nos acepten como somos, que valoren lo que hacemos, que nos agradezcan lo que damos. No queremos que se nos quejen, que nos exijan que demos más de lo que damos o que seamos de un modo diferente a como somos. Y esto es lo que he hecho yo con todos ellos, y estaba empezando a hacer con Héctor.

 

«La mejor forma de que las cosas cambien, si es que han de cambiar, es a partir de la aceptación y el amor. No de las quejas y los reproches».

 

Justo antes de Héctor tuve una relación con otro hombre, Salva. Y, por primera vez en mi vida, me vi en el otro lado. Y sentí lo desagradable que es que te quieran cambiar, que te echen en cara lo que no haces bien (según el criterio del otro), que te exijan más de lo que das. Salva era un hombre aparentemente perfecto. Y la relación también lo era, aparentemente. El único problema es que él de vez en cuando me reprochaba todo lo que yo no hacía “bien”. Me presentaba sus quejas y me explicaba dónde estaban mis fallos, que yo debía corregir para que la relación funcionara. Yo tenía en mis manos la llave para que la relación fuera total y completamente perfecta. Él no se miraba ni se analizaba, él estaba bien. El problema lo tenía yo, que a veces no le daba lo que él necesitaba. En la relación con Salva pude vivir en mis carnes lo que han vivido mis anteriores parejas. Lo dejé y me fui, pensando que ese hombre estaba muy mal. En ese momento no me di cuenta de que yo había sido Salva muchas veces en mi vida, que yo también estaba muy mal. Creo que Salva no podía hacer otra cosa, no sabía. Como yo, tantas veces, no se miraba a sí mismo. Él me miraba sólo a mí, viendo claramente lo que me faltaba. No sabes cómo me alegro ahora de haber pasado por esa relación.

Puede suceder que lo que recibamos en una relación no sea suficiente. Pero antes de pedir más sería mejor estar bien seguros de lo que necesitamos y de que de verdad es eso lo que necesitamos, ¿no crees?. Me he dado cuenta de que muchas veces he pedido por pedir, para que la relación se ajustara a mis esquemas, a mis expectativas. Y también hay que saber pedir las cosas. No exigir, pedir con cariño y respeto. Y antes de pedir, hay que aceptar al otro como es y agradecerle lo que ya nos da. Si no podemos aceptar, quizás sea mejor retirarse que quejarse, exigir, reprochar. Nadie merece esto. La mejor forma de que las cosas cambien, si es que han de cambiar, es a partir de la aceptación y el amor. No de las quejas y los reproches. Esto lo sé ahora, y no precisamente porque alguien me lo haya contado…

No sé qué pasará con Héctor. Héctor ha levantado un muro entre él y yo, con una puertecita muy pequeña que se abre sólo por su lado. De vez en cuando la abre, pasa a mi lado y luego se va y la vuelve a cerrar. Yo no puedo pasar a su lado, no sé nada de lo que hay allí. Hace unos meses era imposible para mí soportar algo así. Ahí fue cuando empecé a sentirme mal y a comenzar con la dinámica del “dame más  o me voy” de mis anteriores relaciones. Pero no pude seguir por ahí, por suerte. Héctor ni me dio más, ni me dejó ni me dijo que no me fuera. Siguió en su sitio, detrás de su muro, tan campante. Y puso un par de filas más de ladrillos. Y yo me vi sola a este lado. Y fue entonces cuando comencé a mirarme y a descubrir todo lo que te estoy contando.

Ahora sé que el muro es suyo, que él lo ha levantado y lo derribará cuando quiera, si quiere hacerlo. Mi territorio está a este lado. Ahí es donde vivo y donde puedo ser feliz. No soy quién para saltar o tratar de derribar ese muro, para fisgar qué hay al otro lado, para forzar la puertecita o exigirle que me dé una llave. Sólo puedo decidir si lo recibo cuando quiere pasar a mi lado. El resto no es cosa mía. El que él haya levantado ese muro no me da ni me quita valor. Es más, precisamente ese muro es el que me ha “obligado” a mirarme por primera vez en mi vida. Estoy sola al otro lado, conmigo.

Mis otras relaciones me ofrecían la posibilidad de escaparme de mí misma, de eludir mi responsabilidad. Los miraba a ellos y siempre acababa encontrando motivos fuera para mi insatisfacción. Hasta ahora no había reunido el valor suficiente para mirarme con honestidad. Ni el amor suficiente para aceptarme y perdonarme encontrara lo que encontrara al mirar. Me he dado cuenta de que he causado mucho sufrimiento, en mí y en otros. Y probablemente no se limite sólo al campo de mis relaciones sentimentales. La inconsciencia produce mucho sufrimiento. Y creo que mi problema era ese, que era inconsciente. No podía hacer algo diferente de lo que hice. Creo que cada uno hace lo que puede en cada momento. Igual que todo el mundo, yo quería (y quiero) ser feliz y en esos momentos estaba segura de que mi felicidad estaba en manos de otros, o en una relación donde por fin obtuviera todo lo que yo necesitaba.

Y no me daba cuenta, esa era mi inconsciencia, de que estaba bloqueando el flujo de la vida. Pensaba que estaba en mis manos el decidir cómo tenían que ser las cosas. Me empeñaba en controlar: a los demás, a la vida, a mí. Y cuanto más me esforzaba en controlar, más se me iba todo de las manos. Ahora, poco a poco, estoy aprendiendo a dejar que la vida sea como es, a respetar su ritmo. A estar ahí sin empeñarme en que todo sea como yo quiero.

El otro día hablaba de relaciones con una amiga y nos contábamos nuestros descubrimientos. Y ella me dijo que ojalá existiera una pastilla que diera esa claridad y ese valor para mirarnos, y esa calma para estar ahí respetando el flujo de la vida y a los demás sin querer cambiarlos. Y yo le dije que esa pastilla existe, que se llama mindfulness. Porque, de verdad, Bea, que estoy segura de que sin los ejercicios que me has enseñado y que yo me “tomo” a diario, no habría llegado a este lugar de paz con el mundo, con la vida y conmigo misma en el que estoy ahora. Y no sé qué pasará con Héctor, ni siquiera si volveré a estar alguna vez más con él. Tampoco si tendré alguna vez una relación diferente a las que he tenido hasta ahora. Lo que ahora sí sé es que si hay algo capaz de derribar muros, de desbloquear situaciones y de hacernos avanzar es la aceptación y el respeto.

¡Mil millones de gracias y de besos!

Alba.

<< volver

 

4 respuestas a “Una terapia con mindfulness. Parte III”

  1. camybajbqb dice:

    bakfqnuuyxjysictidwgtpnzbwswzl

  2. dpjdnaiwhm dice:

    yhdgreohuhpoavdfzzliooaotnqmyv

  3. LeslieBit dice:

    переоборудование Vito – установка электроники в микроавтобус, установка электроники в микроавтобус

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *