Mi carro me lo robaron…

Mi carro me lo robaron…

Hace unos días viví una intensa experiencia gracias a la cual he podido comprender muy claramente la diferencia entre la concentración y la atención plena (mindfulness); me he dado cuenta también de cómo nos perdemos gran parte de la información y de la realidad cuando estamos concentrados y muy centrados en los objetivos. Y también he podido comprobar en mis propias mis carnes el funcionamiento de los mecanismos del estrés.

El primer día del programa de mindfulness que imparto, el MBSR, entrego a cada participante un ejemplar de mi libro Mindfulness funciona, cuatro cedés con las prácticas guiadas y un cuadernito con material complementario. El lugar donde imparto el curso está muy cerca de mi casa, por lo que siempre voy andando hasta allí. Para poder transportar todo el material, lo pongo en mi carrito de la compra y voy tan a gusto.

Un día antes del comienzo del curso, me iba de compras y necesitaba mi carrito. Fui hasta la despensa para cogerlo y al llegar allí me di cuenta de que el lugar donde suelo ponerlo estaba vacío. Me froté los ojos y volví a mirar… el carro no estaba allí. Me resultó muy extraño porque soy la única que lo usa en casa y no recordaba haberlo dejado en ningún sitio. Empecé a dar vueltas para buscarlo… miré detrás de todos los cacharros que hay en la despensa, fui a la cochera, le pregunté a mi hija, le mandé un mensaje a la chica que viene a limpiar… “¿Dónde estará mi carro?”, me preguntaba, acordándome de la canción de Manolo Escobar. Me sentía presa del estrés. Mi cuerpo estaba tenso y acelerado y mi mente daba vueltas haciéndose una y otra vez la misma pregunta y tratando de buscar al culpable de la desaparición. Pero el carrito no apareció. Ni parecía que fuera a aparecer, era como si se lo hubiera tragado la tierra.

La causa de mi alteración era, aparte de la misteriosa desaparición, que al día siguiente comenzaba el curso y tenía que llevar una montaña de material hasta el centro donde lo imparto. Tenía que llevarlo, como siempre, en mi lindo carrito azul. Pero mi carrito no estaba. Me sentía al borde de la desesperación. De pronto me dije: “Vale, acepta que se ha perdido y compra otro”. Y cambié el contenido de mi locura por la búsqueda de un nuevo carrito. Ese era mi objetivo ahora. Mi mente pasó a elaborar complejos planes acerca de dónde y cuándo lo compraría; mi cuerpo continuaba en tensión.

Iba por la calle en dirección a una ferretería en la que había decidido adquirir otro carro cuando, de pronto, apareció un destello de luz en medio de la oscuridad en la que me hallaba sumida. La luz apareció con la forma del siguiente pensamiento: “¿Y si en vez de comprar otro carro tan rápido me espero para ver si aparece el mío? Para mañana, puedo pedirle a mi vecina que me deje prestado su carrito”. Este fue el comienzo de mi liberación. Mi cuerpo se aflojó, sentí que llegaba la calma y comencé a andar más despacio, respirando relajada y dándome cuenta de lo que de verdad estaba pasando dentro y fuera de mí. Mi mente estaba serena y transparente como un lago de las montañas suizas… Y ahí, en medio de esa claridad, surgió un destello, una imagen muy borrosa. En la imagen estábamos mi hija, mi carrito y yo en el salón de mi casa. Aquello me resultó muy extraño. Seguí caminado tranquilamente. Y la imagen se iba completando sola. Poco a poco me fui dando cuenta de que la solución al enigma estaba apareciendo. Una serie de imágenes y recuerdos borrosos iban tomando forma en mi mente hasta que supe qué había pasado con mi carrito. Recordé que se lo había dejado a mi hija para que llevara las bebidas a una barbacoa que iba a hacer en casa de unos amigos. El misterio estaba resuelto.

Cuando mi hija volvió de clase le pregunté por el carro, de nuevo, y recordó que se lo había dejado en el lugar donde celebraron la barbacoa. Mi fiel compañero ha vuelto a casa y de nuevo ocupa su lugar en mi despensa… Y ahora también ocupa un lugar en mi corazón, pues, además de ayudarme a transportar parte de mi carga, ha sido mi maestro durante unos días.

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